jueves, 26 de septiembre de 2013



Reflexiones de un sustituto-interino de la Hispalense ante la convocatoria de huelga del profesorado

Un profesor (o profesora) es un adicto a dos placeres: el placer de enseñar (docencia) que es una manifestación del amor, y el placer de conocer (investigación) que de necesidad natural en todos los seres humanos se convierte en estas personas en una discutida obsesión. Es natural que la gente confíe la educación de sus hijos a individuos que tienen estas inclinaciones, decisión que reporta beneficios mutuos: los profesores (pedagogos, sabios) satisfacen sus imperiosas apetencias de amor y saber, y los padres ven a sus hijos crecer felices, realizados, satisfechos, interesados y madurando en conocimientos e inventiva. Esta es la oferta y la demanda, este es el mercado donde se produce la transacción: el público contrata al pedagogo (compra su trabajo) por un salario, con unas condiciones laborales determinadas, para la educación de sus hijos y al investigador para el progreso del conocimiento, necesidad que nadie discute.
El salario siempre fue escaso, el pedagogo es un esclavo, las condiciones las mínimas para la no extinción definitiva del saber, la vigilancia máxima no se vayan a ir de la lengua, educar, saber, sí, pero a quién, el qué, dónde y cómo. No es casualidad que sea un personaje de nuestra tradición el maestro de escuela hambriento y miserable. Todo esto lo soporta nuestro protagonista porque recibe un subsidio, un salario añadido en especie, es como contratar a adictos al hachís para trabajar en las plantaciones de marihuana. El profesor miserable se siente suficientemente pagado por las muestras de amor de sus alumnos y porque en las duras y frías noches de laboratorio infectado de cucarachas se estremece de placer ante el descubrimiento. Es verdad que la gente no contrata directamente a los profesores, lo hace mediante la delegación en unos representantes, los administradores de los fondos públicos, si lo hiciera es seguro que el profesor sería más feliz, nadie es tan insensato como para martirizar más de la cuenta a quién tiene responsabilidades sobre sus hijos. La administración es el directo contratante. Los contratantes indirectos (la gente) son nuestros amigos, los directos (la administración) nuestros enemigos. Repito esta obviedad porque no está de más ante una huelga preguntarse quiénes son los amigos y los enemigos del pueblo.
Al margen de la discusión sobre la eficacia o no de una huelga, esta rebelión de los contratados frente a los contratantes está en la tradición codificada, es al menos una necesaria performance nemotécnica. Fue la máquina de guerra más poderosa cuando más allá de un acto teatral efímero -sin restar importancia a lo aparente y a lo retórico- se hizo indefinida. La huelga, esa vieja bandera, si no hay nada mejor es lo menos que se puede hacer cuando la situación del contratado se hace insoportable. Es una obligada defensa de gente pacífica violentada, es una terapia de choque frente a infecciones generalizadas, es una medida imprescindible violentamente quirúrgica, es un tratamiento in-extremis. Pero la huelga no se realiza contra los contratantes virtuales, el público, sino contra la Administración, contra el aparato burocrático estratificado en capas concéntricas: rectorado, junta, gobierno central, comunidad europea, mercados internacionales, y más allá contra esferas de psicópatas, demonios conspirativos y espíritus malignos que habitan el oscuro y terrorífico vacío interestelar.
¿Por qué la administración, representante del pueblo, en contra de la natural inclinación e interés de éste, tortura a los profesores y obstaculiza el trabajo de sus contratados? Es una pregunta retórica, claro, todo el mundo sabe que el poder ha sido siempre enemigo de la educación y del saber en manos del pueblo. Los ha querido para sí y los suyos, la democratización del saber y la educación universal han sido y son para él las más peligrosas acciones subversivas. Se evidencia cómo en este aspecto de la enseñanza el aparato de poder, la administración, los representantes de Educación, traicionan los intereses de sus representados. Buena es la gente para pagar la enseñanza y la investigación, pero luego se utiliza el dinero de todos para educar a las élites ricas, expulsar a los pobres y monopolizar las plusvalías de la investigación para ponerlas al servicio de intereses privados, la mayor parte de ellos venenosos si no letales para la gente. Por eso existe ese empeño en desmantelar la educación pública pero no la burocracia recaudatoria, porque pueden estar seguros que aunque se privatice enteramente la enseñanza no se hará lo mismo con los impuestos y tendremos que seguir pagando entre todos una universidad que se volverá inasequible para la mayoría.
Si sólo por rebelarse contra la paupérrima situación crónica de la enseñanza ya sería necesario hacer huelga, no digamos en la situación actual de necrosis de la universidad provocada por ataques neoliberales que la están colocando al borde de la extinción. Las arbitrarias decisiones de chulescos ministros vendidos a intereses económicos e ideológicos provocan tal indignación que sólo el espíritu cívico contiene la explosión violenta. La huelga se hace inevitable, pero nuestros amigos, la gente, deben saber que la protesta no va contra ellos, al contrario, defendiendo los intereses de los profesores defienden los suyos propios. En esto, en lo de enseñar, aprender y conocer somos aliados.

Actos de tortura a los profesores y cómo la administración pone toda clase de obstáculos a la labor del profesorado:
Las tareas de la universidad, aprender, enseñar, investigar, son dinamitadas a base de planes de estudio, tasas universitarias y complejidad en los trámites de legalización. La reducción de salarios, detraimiento de recursos económicos para la investigación, mayor carga de trabajo, ampliación de los horarios de clases, cada vez más responsabilidad burocrática, son habituales máquinas de tortura para los condenados de la colonia penitenciaria. Pero existen otras torturas más refinadas, por ejemplo: Gustan mucho de hablar de gestión de empresa y efectivamente así conciben su administración, la gestión de la enseñanza se realiza como si fuera una empresa, pero ¿qué empresa, medio sensata, mantiene condiciones laborales y salariales diferentes para trabajos iguales? No estaría buscando la mejor realización de la producción sino la guerra civil, lo que le interesaría sería  la discordia, que los productores se mataran entre ellos, no que se produjera algo ¿Qué empresa naturalmente preocupada por la calidad del trabajo de sus contratados les pregunta por ella a los mismos interesados? Evidentemente no le interesa controlar la calidad de la enseñanza sino agobiar al profesorado con trámites, para confundirlos, aturdirlos; de nuevo a los condenados se les tortura abriendo zanjas para volver a llenarlas. Se supone que una empresa está atenta a la forma de trabajar y a la dedicación de sus trabajadores, dedica tiempo y personal para vigilar cómo realizan la labor sus contratados y está dispuesta a reconocer méritos y ascender en responsabilidades (y en salario) a quién reporta beneficios. Por el contrario la universidad deposita la responsabilidad de hacerse reconocer en los propios contratados, dificultando todo lo que puede los trámites de reconocimiento y estrechando las normativas, lo que filtra no a los más aplicados sino a los más institucionalizados, elevando a burócratas y expulsando a sabios y benefactores. El reconocimiento del mérito no es sancionado por una praxis sino como consecución de un trámite burocrático que simultáneamente se dificulta, se oscurece, se oculta y se cobra injusta y desorbitadamente.
En cualquier empresa decente  la gente asciende con el tiempo y la dedicación de una forma natural, de peón a oficial y luego a maestro, sin demasiadas exigencias de comulgamiento más que en el objetivo principal: obtener beneficios. En la universidad no se valora especialmente  la adscripción a su objetivo: educar, investigar, sino la institucionalización. El que cumple los trámites, el que se llega a enterar de cómo se cumplen, el que ha descendido suficientemente en el pozo de lo mediocre es un sujeto seguro, puede ascender, el no institucionalizado, al margen de su dedicación, sus resultados, sus méritos, es degradado: de profesional de reconocido prestigio a sustituto-interino. Hasta el nombre es vejatorio para la casa del saber -que por lo mismo debería tener otros modales lingüísticos- por su redundancia. Valiente empresa es ésta que  le cuesta reconocer los méritos en vez de fomentarlos. Y quizás la tortura más cruel, la más diabólica, la más cínica, es tratar a los profesores sólo como trabajadores de una vulgar empresa sin tener en cuenta su carácter adictivo. El delito se agrava, el torturador se convierte en genocida, si la vocación, el gusto por enseñar, el placer de aprender, la pasión de saber, la dedicación al conocimiento, motor del bienestar público, por las que el profesor ya está pagado sólo por el placer de llevarlas a cabo, se obvian, y la relación contractual se simplifica en exigir muchas horas por poco salario, la tortura va acompañada de la ofensa más humillante a la dignidad y del sarcasmo más desvergonzado. Encima de cornudo apaleado.
Ahora podríamos abrir una lista para ir llenándola de errores, ofensas, torturas e injusticias. Es evidente que el modelo de enseñanza que mantiene el aparato es indefendible. Se hace urgente rebelarse contra élites que quieren apropiarse de la enseñanza, robando a los legítimos dueños, para hacer uso de ella según sus caprichos e inspirados por la peor de las intenciones. Y si a falta de pan buenas son tortas, a falta de nada mejor, a la huelga, cien, a la huelga, mil, a la huelga, madre, yo me voy también.

¿Cómo llevar a cabo la inevitable huelga?

La huelga se hace contra los enemigos, no contra los amigos. Si hay una huelga de metro y se paraliza el tráfico, la performance está asegurada no cabe duda, pero el quebranto va para la gente que usa el metro, que no son precisamente los enemigos, gerifaltes, y patronos, sino el pueblo llano, las familias, amigos y compadres de los trabajadores del metro. Mala cosa. ¿No sería más interesante poner gratis el metro, a disposición de todo el mundo, el día de la huelga? La gente alabaría la huelga, se solidarizarían más fácilmente por pura simpatía con los trabajadores del metro, nadie querría acabar con la huelga, el fenómeno mediático sería más potente por la novedad. Sólo ventajas.
La descarnada forma de tratar la administración al profesorado se manifiesta en la importancia que aquella le da a la calificación. El aprendizaje, la docencia, lejos del amor indispensable, se centra en el examen, la práctica de desamor pedagógicamente más nefasta, y en su consecuencia la nota, el acta. Pagar, cursar, aprobar, impartir, examinar, calificar, en esto se simplifica las extremadamente complejas y sensibles relaciones entre alumno y profesor. Las calificaciones sólo importan a la administración. En los curriculum exitosos para multitud de trabajos ni se tienen en cuenta. La administración necesita las notas para justificarse, para controlar la calidad. Paradójicamente, al ser de buen ver más el suspenso que el aprobado, ya que se impone una dificultad artificial que suplanta la sencillez natural y así se da importancia, al considerar la calidad sólo un dato aritmético de medias, suele salirle siempre como resultado el fracaso escolar, de lo que se lamenta y se enroca responsabilizando hipócritamente al propio profesorado. Las notas justifican a la administración frente a los administrados y por tanto es el único factor que considera para toda decisión. Medias calificatorias mínimas, emitidas por la propia administración, le son exigidas a la gente para ingresos, becas, contrataciones, etc. La gente necesita las calificaciones, sin ellas el aparato le cierra todas las puertas, y la gente son nuestros amigos. Si desarrollamos la huelga negándonos a calificar, los únicos damnificados serán los alumnos, que tienen que pasar por las horcas de los exámenes para conseguir calificaciones que le permitan solicitar becas, por ejemplo, sin las cuales sencillamente no pueden estudiar. Y la administración, nuestros enemigos, no sufrirá casi nada, allá ellos, si no tienen notas no hay futuro, ellos verán, y el público, con razones sobradas y muy humanas, se pondrá en contra del profesorado. En ese momento aflorarán las calumnias, los montajes de opinión incitados por la administración y la gente odiará a los profesores aunque comprenda la situación. Mala política. ¿Y si en vez de no examinar o no rellenar las actas, damos a todos aprobado general? Todos aprobados, con nota mínima de 6.5, como exige el ministro, curillón y elitista. Los alumnos nos adoraran, y todos serán felices, los padres verán contentos a sus hijos y la opinión pública sobre el profesorado ganará muchos puntos. Y como en el metro, aunque sólo sea por la novedad, la performance huelguista tendrá una mayor repercusión mediática, seguro. Además de camino se tambalea la seriedad de la universidad, los sesudos y togados gaznápiros que a base de dar suspensos se han ganado un lugar en la historia del desencanto, la presunción de objetividad y justicia de los exámenes, la ingenua y criminal creencia de que es posible establecer algún ranking para evaluar el conocimiento. Los ojos de la opinión pública se volverán a los administradores a pedirles cuentas, porque estarán informados, la simpatía hará que seamos más escuchados y el público tendrá la información necesaria para decidirse a despedir a estos administradores traidores y vende-casas de una vez.

¿Cómo conseguir que la huelga sea indefinida?

La historia enseña que la eficacia de una huelga es directamente proporcional a su duración. Pero nuestra huelga no consiste en no dar clases ni en parar las investigaciones. Sería imposible sin un previo tratamiento de desintoxicación. Y por qué íbamos a dejar de educar, qué delito ha cometido el público con nosotros para abandonar nuestro placentero deber para con sus hijos y por tanto con el futuro, y qué pasaría con los investigadores, cómo podrían parar las neuronas, contra quién sino contra sí mismos sería tal huelga. Una huelga así sería un suicidio masoquista. Pero debemos encontrar una forma de expresar nuestra insumisión que sea sostenible. La huelga indefinida se debe hacer contra el modelo existente que permite la traición y engaña a las masas. Hemos hecho tambalear los viejos ilustrísimos valores regalando asignaturas, el ministro no va a poder encontrar escusas para ahorrarse las becas y el alumnado y sus padres están con nosotros, ¡qué magnífica ocasión para cambiar radicalmente el modelo! Enseñanza basada en la acción, el intercambio y el respeto, no en el inventario de contenidos obsoletos y el examen. Si de contenidos se va a tratar estos deben ser aquellos que le son vitales a la gente para la realidad cotidiana. Se puede uno imaginar en arquitectura, por ejemplo, lo que hay que hacer y decir que no se ha hecho y que se ha asumido sobre la urbanística, que ha convertido nuestras ciudades en mercados inhabitables, o sobre qué arquitectura se haya aprendido en los tres millones de pisos vacios con que nos encontramos en este momento, o de por qué alguno se ha hipotecado en una trampa de por vida para conseguir una vivienda digna y encima vive en la calle porque el banco le ha desahuciado, y podemos seguir en otras disciplinas como la medicina y el aparato sanitario y su relación con el enfermo, las leyes y la economía con su entreguismo ciego a la lógica de los mercados, o las ingenierías sin más salida que la industria armamentística, etc. para qué seguir, ya se sabe lo mucho que hay que hacer en la universidad en cuanto a contenidos. Debemos instaurar una enseñanza basada en la afición y el placer, el estímulo y la práctica, no en los apuntes y el aprobado. En cuanto a organización de la universidad ya va siendo urgente desmantelar el sistema departamental, infectado de privilegios, endogamia y reacción, y basar la enseñanza en dos principios operativos: la libertad de cátedra y la libertad de elección curricular. Ofertas docentes anualmente renovadas que integren diversas asignaturas libremente organizadas y diseñadas y libremente elegidas por el alumnado. Dar la oportunidad verdadera a la integración de conocimientos dejando libertad de pensamiento para que sea el alumno el que naturalmente integre. Liberar a la universidad de las ataduras y compromisos con las empresas privadas y ponerla de verdad al servicio de la gente. Por no hablar de la reivindicación que debe ser continua y repetida sobre la mayor dotación de recursos y mejores condiciones salariales y laborales.
Creo que hay muchas cosas que cambiar y muchas por hacer para dudar que la huelga debe ser activa e indefinida.


Sevilla septiembre 2013

1 comentario:

  1. Otra posible solución: crear autoempleo, aunque sea precario al principio, y no tener que aguantar a esta gentuza. Un grupo cooperativo basado en la creación de hábitats saludables, de carácter autónomo, sin subvenciones, en un lugar adecuado a modo antiguo taller con aprendices. Y a tomar por culo la universidad que no es más que una mierda con perlas de vez en cuando

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