martes, 24 de septiembre de 2013


Esferas-22

El teatro es un edificio público

Nos apropiamos de las cosas desnudándolas de significados. Para mí, mis cosas no significan nada, o sus significados están suficiente y convenientemente ensordecidos. Un edificio público –del público- es casi siempre un objeto exclusivamente con valor de uso. Sus mensajes, nuestros mensajes, pueden ser obviados por nosotros mismos. ¿Me interesan a mí mis mensajes? Sólo con alguna desesperada teoría introspectiva puede uno interesarse por ellos, si es que acaso puedan ser percibidos como tales mensajes. Son las cosas de los otros las que pueden convertirse en vehículos de mensajería. Más allá de la diferenciación entre valor de uso o valor de cambio está el principio de propiedad del objeto. La íntima conciencia de la propiedad, el conocimiento verídico de a quién pertenece puede, si es conveniente, convertirse en fundamento para la comunicación, para que el objeto sea percibido y reconocido por mí, para bien o para mal, o sea para su existencia como ente cultural. Mis cosas, mis propiedades, sólo se hacen merecedoras de significación para mí cuando la propiedad se colectiviza. Si no son mis cosas sino nuestras cosas, puede existir alguna posibilidad de que esas cosas se conviertan en iconos con significación interesante (o terrorífica) para uno mismo.
En una sociedad no dañada, sin necesidad de terapias introspectivas, los edificios públicos (de propiedad pública y de uso público efectivo) se convierten en insignificantes, como mi nevera, mi sartén o mi taza de café. Sólo a través de experiencias de duelo y ausencia pueden llegar a convertirse en soportes de la memoria.
Faltan por definir los conceptos de propiedad pública y sociedad no dañada. Quizás sólo sean fantasmas de ciencia ficción.


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