sábado, 31 de agosto de 2013




Esferas-4

Nuestra antigua y perdida esfera de protección, nuestro amado buen fondo, se construyó sobre fundamentos conceptuales contradictorios: el teocentrismo y el geocentrismo. La primera grieta grave apareció con el heliocentrismo militante, colapsó y se hundió estrepitosamente con la revolución industrial y hoy es un montón de inservibles escombros y basura apestosa. Todos los esfuerzos de la filosofía, la mística y la teología fueron inútiles para superar la contradicción entre la visión idealista, platónica, neoplatónica y agustiniana del universo con Dios (la Luz) en el centro y la interpretación materialista, aristotélica, escolástica y tomista del macrocosmos con nuestra miserable tierra en el punto central. Platón modeliza la esfera colocando a dios radiante en el centro, rodeado de espíritus bienaventurados que por capas concéntricas sucesivas van siendo bajados de categoría hasta llegar a la periferia donde casi eludibles, olvidadas, se sitúan las entidades inferiores satánicas, mientras que Aristóteles ubica la Tierra en el centro de la esfera, con lo que el mundo demoníaco se situaría en el averno subterráneo, en el interior, en el centro de la Tierra, en el centro del centro.
El mundo es una esfera, decían, pero en un modelo el centro lo ocupa Dios, la Luz radiante, en el otro modelo es Satán el que encontramos sentado en el sitial central del universo. A nadie extrañe que los cátaros creyeran que Jehová era Satanás, al que llamaban el Creador. La esfera religiosa e imperial construida sobre tales cimientos era frágil e inestable, bastó el chirrido de la guillotina, el redoble de guerreros tambores y el ruido de las máquinas para que se hiciera añicos y se desplomara al fin con un estruendo centenario.
Hoy sólo vemos los restos hediondos esparcidos por el suelo. Era vano el empeño antiguo de construir sobre basamentos tan débiles pero fue, no obstante, un buen negocio durante 2000 años. La modernidad vino a empeorar las cosas, el huracán de la codicia aventó el basurero esparciendo los restos y contaminando el ambiente. 
El ángel de la Historia mira hacia atrás con espanto y no ve nada, sólo se percibe el hedor de la sangre y el tintineo del oro.

El caso es que después de sufragar esa larguísima obstinación inútil que llamamos Historia hoy estamos arruinados, abandonados, miserables y seguimos lamentándonos: ¿Qué será de nosotros? ¿Dónde encontrar consuelo? ¿Cómo despejar la plaza de escombros? ¿Cómo debe ser la nueva esfera? ¿Cómo construirla? ¿De verdad necesitamos alguna esfera?


jueves, 29 de agosto de 2013




Esferas-3

(Al estilo de Peter Sloterdijk)

El teatro es una esfera
Para entender el teatro como una ceremonia de esferecización es necesario entenderlo como un ritual inmunitario. Su liturgia consistiría en la generación de un clima sensible (ero-clima) interior experimentado por un colectivo, experiencia terapéutica de estar-todos-juntos. Sería una defensa frente a la acción dispersante del no-poder-ser-uno-mismo que cotidianamente impone el sistema descentrado a sus sometidos. Podría ser un antídoto o por lo menos un paliativo de los síntomas dispersantes de la identidad, una oportunidad, si acaso imaginaria, efectiva, de encuentro con uno-mismo en el seno de un grupo, simulacro, al fin, de vuelta a la seguridad de la esfera materna. Esa experiencia terapéutica, y a veces incluso taumatúrgica, no necesita, en principio, un lugar determinado. Puede desarrollarse desubicadamente (incluso virtualmente), en cualquier sitio. Sólo se necesita, por la propia facticidad de la ceremonia, algunas condiciones espaciales que son desveladas en un proceso imaginario, artístico. Es lo que llamativamente pero con poca fortuna se ha venido a llamar espacio vacío. Este se genera en un proceso de desnudamiento de las significaciones latentes, cotidianas, convencionales, de un espacio previamente dado y una posterior suplantación de estas por nuevos sentidos, necesarios para contar una historia.
La operación taumatúrgica, casi siempre, consiste en la vivencia de una historia contada por unos y escuchada (imaginada) por otros, y su objetivo tiende a la recomposición de la endosfera íntima -desintegrada por el aterrador sistema sin centro- a base de vivencias colectivas de autoengaño. El catalizador erótico lo proporciona la proximidad de los cuerpos y la experiencia en tiempo real. Se precisa un mínimo de densidad, un número de personas determinado (en cada caso) con problemas de esfericidad -patologías y contagios- necesitadas de inmunología, y una puesta de acuerdo previa, al menos en la ubicación, aunque en la práctica puede haber contradicciones entre voluntades y deseos. Todos convocados a una ceremonia cuya liturgia consistirá, básicamente, en el recorrido de alguna trayectoria imaginaria (una historia, un guión, etc.). Participar en el ritual es asistir, con imaginación culpable, al paso de una esfera pequeña, agrietada, desconsolada, sin garantías, a otra esfera mayor más consistente, de consuelo, aunque sea transitoria.


Esferas-2

Hablaremos de palabras con palabras. Adelanto la obviedad de que lo único que nos va quedando son palabras. Los huevos se han roto. Las esferas se han desintegrado en polvo que ha sido barrido por la codicia. Ya no hay nada tácito, implícito, conocido, nada de lo que partir, nada a lo que agarrarse, ninguna tabla de salvación, ningún consuelo. En el día de hoy no se puede dar nada por sabido y el único material (nuevo o reciclado) disponible a nuestro alcance son las palabras. Empecemos con dos palabras: edificio y arquitectura. Entendamos por edificio cualquier martingala edilicia, actuación urbana, obra civil, etc. Ya saben, un edificio es una intervención por la mano del hombre sobre-en el mundo. Desde luego es un hecho material, un objeto, una máquina, a veces se sospecha que puede ser un no-objeto, al menos una construcción virtual, incluso se puede pensar en una ecuación, algo con gran contenido abstracto, pero que de todas formas se presenta, está re-presentado por entidades materiales (aunque sólo sea una cifra, un álgebra). De momento no sabemos qué significa arquitectura, y de eso se trata, sólo podemos acercarnos al término por diferenciación, medida o ausencia. Se intuye que arquitectura (al menos) es una cualidad que posee (o no) el edificio. Como cualidad es medible y se puede formular la pregunta: ¿cuánta arquitectura tiene el edificio? La arquitectura se manifiesta (también) en el edificio, no sabemos todavía lo que es ni de qué estamos hablando pero cualquiera puede decir enseguida que ese edificio no tiene o tiene muy poca arquitectura.

¿Estarán de acuerdo en que un edificio permite ser usado para algo? Ser usado para conmemorar una victoria, gasear comunistas, ganar dinero o hacer teatro, por ejemplo. Si el ejercicio del uso deseado no es obstaculizado, o mejor aún favorecido de algún modo, por las características del edificio, la mayoría de las veces no se suele pedir más, y si al estado de bienestar que se siente por la satisfacción de aquellos deseos se le suele llamar arquitectura, bien está. El problema es de orden, de prioridad. Si el edificio está dado, deducir de él su contenido en arquitectura puede ser muy difícil en el plano intelectual, pero es inmediato en el sentimental o sensitivo. Podemos imaginar el fenómeno como si un ente material (el edificio) dado a priori manifestara o emanara un éter que provoca en cualquiera un estado narcótico, alucinógeno, aromático, placentero, físico o espiritual, a veces terrorífico, siempre sensible, al que se llama arquitectura. Lo que nos interesa es cuando el edificio no está dado previamente. La cuestión es cómo de la arquitectura deducimos el edificio. Nuestro objetivo es encontrar arquitectura (sea lo que sea) y en un proceso generativo deducir y construir el edificio, la máquina de satisfacer deseos. Así que hay que empezar por una acción indefinida, digamos un ente que vive en el pensamiento, un fantasma de la imaginación, una quimera a la que llamamos arquitectura. Esa burbuja mental es expelida por el deseo y provoca una reacción en cadena generativa, que casi siempre consiste en la manipulación de objetos materiales para terminar en el edificio: una ensambladura viscosa, impregnada y goteante de significados, permisiva, amable y acogedora como un útero.