domingo, 22 de septiembre de 2013


Esferas-21

Supongamos que hay una buena razón para construir un teatro -un edificio teatral- y se le encarga al arquitecto que diseñe el proyecto –el plan- para tal fin. El arquitecto usa dos palabras, dos conceptos: arquitectura y edificio, de ambos desconoce de antemano el significado. El primero porque no es el efecto sino la causa, y el segundo porque, para él, edificio es proyecto y este es un concepto polisémico, ambiguo, tanto puede ser el plan para una montaña como para un cráter, una metáfora o  una ecuación. Aunque ignore los significados puede ubicar las palabras relacionándolas entre sí: arquitectura es una cualidad del edificio; arquitectura es el indicador del cómo  - el plan – del edificio. En ambas oraciones aparece arquitectura como sujeto y edificio asume un papel complementario. Por tanto, la primera pregunta es por la protagonista de la acción:

¿Cuál es la arquitectura de un edificio teatral?

La arquitectura dominante es la arquitectura de los dominantes. El dominante se individualiza, brilla corporeizándose en un ente material, óptico, acústico, político. El que domina es él, es diferente, su arquitectura también. El objeto icónico, el monumento, el cartel publicitario, es su edificio. La intensidad del  brillo diferenciador es inversamente proporcional a la distancia al centro en términos de dominancia. A menos dominio menos individualización, menos él, más borroso, más empastado en la masa anónima, más desconocido, más enigmático. El interés placentero y subversivo por los enigmas es reprimido con una convención: un modelo virtual (super-estructural) de cómo-se-es o simplemente de-cómo-se-tiene-que-ser, un programa estándar de necesidades inventariadas con la aleatoriedad que proporciona la búsqueda de intereses particulares, histórica y políticamente determinados. 
Esa construcción fantasmal se representa con edificios de arquitectura no diferenciada, estándar, tendente a la uniformidad, convencional. El entrelazamiento de la esfera de dominio con la esfera de la arquitectura se ilustra con un campo radiante de fuerzas, con un gradiente cuya intensidad recorre la escala desde lo singular a lo convencional a la vez que desde el dominio a los dominados. El campo semántico entre singularidad y convención es proporcional al que existe entre invención y copia, o entre ingenio y bobería.

No obstante, el arquitecto, como el niño pobre, se entretiene con los pocos juguetes que le van quedando

Es obvio que el edificio teatral (de nueva planta) tendrá una arquitectura, o será el producto de una arquitectura para-de dominados –en el mundo teatral la arquitectura de dominantes se encarga exclusivamente de tareas de reparación y mantenimiento- por tanto será una arquitectura convencional. Pero ese mundo está poblado de una fauna nada boba que se dedica a labores terapéuticas para los dominados, siquiera algunos, siquiera secretamente, pero todos saben que el teatro es ficción, es una fantasía, nada es como parece, y para producir esa magia de apariencia los magos manipulan máquinas teatrales. En nuestros teatros de toda la vida la madre de las máquinas es el escenario, él es el artilugio simulador por excelencia, capaz de simular lo in-simulable, por ejemplo, la convención. Por tanto, la arquitectura de un edificio teatral es la arquitectura de los escenarios. Miremos el escenario atentamente y veremos surgir la arquitectura de un edificio teatral. 

El escenario nos indicará cómo hay que proyectar un teatro

No hay comentarios:

Publicar un comentario