jueves, 19 de septiembre de 2013


Un poco de ontología parda


Llega un momento extraño, tardío, en el que se siente la llamada del Yo, la necesidad de conocer y ser uno mismo. Pero la mismidad parece situarse en el fondo oscuro y desconocido de un profundo pozo. Cuanto más se sumerge uno en búsqueda de lo mismo más lejos se sitúa y más solo se encuentra, soledad a la que parece obligar la búsqueda de la mismidad casi por definición. Y es esa soledad precisamente el motor de alejamiento del reconocimiento del Yo. Porque no puede existir el Yo sin los Otros, se comprueba a diario, y son los Otros la materia prima del Yo, se descubre a cada momento. ¿Cómo puede encontrarse la mismidad donde no está? Paradójicamente tengo que alejarme en cierto modo de los Otros para descubrir mi Yo, y cuánto más alejado estoy más difuso o borroso aparece el horizonte buscado. El Yo debo buscarlo sin los Otros, y sin los Otros no puede existir el Yo. Resultado: la esquizofrenia de lo mismo. El Yo, bajo la tensión de la paradoja, se escinde dolorosamente en un Yo a-solas y en un Yo con-de los Otros. La entidad bifronte, nace y crece imponiéndose como un tercero, un Yo forastero y monstruoso que violentamente intenta suplantar (se percibe por las tensiones dolorosas) a un Yo todavía desconocido. La inmersión en el piélago negro a la búsqueda del Yo mismo produce dos síntomas patológicos: la soledad y la superchería, o mejor dicho, el autoaislamiento melancólico y el autoengaño, la conciencia falsa. Sólo una violenta reacción sarcástica, una carcajada desvergonzada, un ponerse el mundo por montera, puede suavizar la insoportable enfermedad de no saber quién es uno mismo, mitigar el miedo que produce sentir dentro la presencia de un peligroso enemigo. El mundo sigue, la vida continúa, la gente se acostumbra, se resigna, aguanta, se contamina, colabora en su propia destrucción inevitablemente. Puede que el instinto Thanatos exista en el individuo, pero es una construcción artificial, forzada por la violencia de no tener alternativa alguna salvo esa jugada autodestructiva. Sin embargo el aguante no disipa el dolor, el desconocimiento persiste, la necesidad no se satisface, la búsqueda debe continuar.

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