sábado, 12 de marzo de 2011

Tradición versus Innovación-7


Tradición contra Vanguardia

Cuando se hace historiografía de las acciones de los grupos humanos a lo largo del tiempo, siempre se descubre la misma configuración, el mismo factor de forma: un grupo dominante que ostenta el poder de imponer sus criterios y lo lleva a cabo de forma intolerante y dictatorial y un grupo dominado en proceso emergente que pugna por imponer, a su vez, sus propias ideas confrontadoras. El primer grupo se asimila con tradición y la punta más beligerante del segundo grupo se asocia con vanguardia.

En el mundo objetual y mediático de la arquitectura, la confrontación entre grupos se expresa como lucha estilística, o de una forma más general, como pugna entre concepciones estéticas, sabiendo que estética aquí es manifestación de la ideología.

En el seno de los ambientes académicos, periodísticos, políticos o de la opinión pública, en todo momento de nuestra historia moderna, encontramos una estructura bipolar contradictoria: el poder hegemónico dominante ostentado por una dictadura que tiende a congelar las novedades estableciendo un estilo único, oficial, correcto y obligatorio, excluyendo todo lo que suponga cambio o innovación, generalmente suplantando el papel de tradición, intentando con mayor o menor éxito, cerrar los límites disciplinares y legitimar sus opciones con argumentos idealistas, esencialistas, naturalistas o historicistas y otro grupo, excluido del poder, que pugna por establecer sus propios criterios a base de proponer cambios, novedades e innovaciones, reprimido y beligerante tiende por todos los medios a abrir los límites de la disciplina, defendiendo argumentos materialistas y anti-históricos y adopta con orgullo la bandería vanguardista.

Por la propia naturaleza, el primer grupo está constituido, en general, por los viejos y el segundo por los jóvenes.

Tradición contra Vanguardia, grupo dominante contra grupo dominado, viejos contra jóvenes.

Las contradicciones entre pares se multiplican, se entrecruzan y se confunden, la guerra continúa por instinto, sin tener claro ya por qué se pelea, sólo se puede aclarar un poco el asunto cuando se desciende a los niveles económicos, pero el intelectual, como ser civilizado, huye de sus propios excrementos y la diatriba vuelve a los ambientes académicos más oscura y más feroz que nunca.

Si queremos construir una historiografía de la arquitectura moderna tendremos que describir la configuración contradictoria y la secuencia de transformaciones del sistema dominante-dominado a lo largo del tiempo.

Ganar la guerra simbólica

Reflexionar en los tristes momentos en que los tradicionalistas, ya viejos, que otrora detentaban el poder, ven como sus obras son relegadas y despreciadas por otras por la sencilla razón de ser (o parecer) nuevas…cómo viejos aún poderosos (tienen los encargos) adoptan sus posiciones a influencias de los novedosos jóvenes y el resultado es un extraño alienígena sincrético….y qué ternura al observar cómo el viejo tradicionalista, en otro tiempo poderoso y hoy relegado y olvidado, persiste idealista en sus propuestas aunque todos opinen que son anticuadas, mostrando irreprimiblemente su fondo de afición, gusto y finura y demostrando (qué pocas veces se ve) que todavía quedan artistas de aquellos del puro arte y la esencia.

La corrupción de la vanguardia es su concepto de élite y minoría selecta.

El arte moderno divide al público entre los que entienden y los que no entienden (Ortega y Gasset)

Desde el elitismo vanguardista el mundo se compone de una minoría capacitada, privilegiada y una mayoría marginada, insultada en su estupidez.

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