Esferas-4
Nuestra antigua y perdida esfera de protección, nuestro amado buen fondo, se construyó
sobre fundamentos conceptuales contradictorios: el teocentrismo y el
geocentrismo. La primera grieta grave apareció con el heliocentrismo militante,
colapsó y se hundió estrepitosamente con la revolución industrial y hoy es un
montón de inservibles escombros y basura apestosa. Todos los esfuerzos de la
filosofía, la mística y la teología fueron inútiles para superar la contradicción
entre la visión idealista, platónica, neoplatónica y agustiniana del universo
con Dios (la Luz) en el centro y la interpretación materialista, aristotélica, escolástica
y tomista del macrocosmos con nuestra miserable tierra en el punto central.
Platón modeliza la esfera colocando a dios radiante en el centro, rodeado de espíritus
bienaventurados que por capas concéntricas sucesivas van siendo bajados de
categoría hasta llegar a la periferia donde casi eludibles, olvidadas, se
sitúan las entidades inferiores satánicas, mientras que Aristóteles ubica la
Tierra en el centro de la esfera, con lo que el mundo demoníaco se situaría en
el averno subterráneo, en el interior, en el centro de la Tierra, en el centro
del centro.
El mundo es una esfera, decían, pero en un modelo el centro
lo ocupa Dios, la Luz radiante, en el otro modelo es Satán el que encontramos sentado
en el sitial central del universo. A nadie extrañe que los cátaros creyeran que
Jehová era Satanás, al que llamaban el Creador. La esfera religiosa e imperial
construida sobre tales cimientos era frágil e inestable, bastó el chirrido de
la guillotina, el redoble de guerreros tambores y el ruido de las máquinas para
que se hiciera añicos y se desplomara al fin con un estruendo centenario.
Hoy sólo vemos los restos hediondos esparcidos por el suelo.
Era vano el empeño antiguo de construir sobre basamentos tan débiles pero fue,
no obstante, un buen negocio durante 2000 años. La modernidad vino a empeorar
las cosas, el huracán de la codicia aventó el basurero esparciendo los restos y
contaminando el ambiente.
El ángel de la Historia mira hacia atrás con espanto
y no ve nada, sólo se percibe el hedor de la sangre y el tintineo del oro.
El caso es que después de sufragar esa larguísima obstinación
inútil que llamamos Historia hoy estamos arruinados, abandonados, miserables y
seguimos lamentándonos: ¿Qué será de nosotros? ¿Dónde encontrar consuelo? ¿Cómo
despejar la plaza de escombros? ¿Cómo debe ser la nueva esfera? ¿Cómo
construirla? ¿De verdad necesitamos alguna esfera?
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