jueves, 29 de agosto de 2013



Esferas-2

Hablaremos de palabras con palabras. Adelanto la obviedad de que lo único que nos va quedando son palabras. Los huevos se han roto. Las esferas se han desintegrado en polvo que ha sido barrido por la codicia. Ya no hay nada tácito, implícito, conocido, nada de lo que partir, nada a lo que agarrarse, ninguna tabla de salvación, ningún consuelo. En el día de hoy no se puede dar nada por sabido y el único material (nuevo o reciclado) disponible a nuestro alcance son las palabras. Empecemos con dos palabras: edificio y arquitectura. Entendamos por edificio cualquier martingala edilicia, actuación urbana, obra civil, etc. Ya saben, un edificio es una intervención por la mano del hombre sobre-en el mundo. Desde luego es un hecho material, un objeto, una máquina, a veces se sospecha que puede ser un no-objeto, al menos una construcción virtual, incluso se puede pensar en una ecuación, algo con gran contenido abstracto, pero que de todas formas se presenta, está re-presentado por entidades materiales (aunque sólo sea una cifra, un álgebra). De momento no sabemos qué significa arquitectura, y de eso se trata, sólo podemos acercarnos al término por diferenciación, medida o ausencia. Se intuye que arquitectura (al menos) es una cualidad que posee (o no) el edificio. Como cualidad es medible y se puede formular la pregunta: ¿cuánta arquitectura tiene el edificio? La arquitectura se manifiesta (también) en el edificio, no sabemos todavía lo que es ni de qué estamos hablando pero cualquiera puede decir enseguida que ese edificio no tiene o tiene muy poca arquitectura.

¿Estarán de acuerdo en que un edificio permite ser usado para algo? Ser usado para conmemorar una victoria, gasear comunistas, ganar dinero o hacer teatro, por ejemplo. Si el ejercicio del uso deseado no es obstaculizado, o mejor aún favorecido de algún modo, por las características del edificio, la mayoría de las veces no se suele pedir más, y si al estado de bienestar que se siente por la satisfacción de aquellos deseos se le suele llamar arquitectura, bien está. El problema es de orden, de prioridad. Si el edificio está dado, deducir de él su contenido en arquitectura puede ser muy difícil en el plano intelectual, pero es inmediato en el sentimental o sensitivo. Podemos imaginar el fenómeno como si un ente material (el edificio) dado a priori manifestara o emanara un éter que provoca en cualquiera un estado narcótico, alucinógeno, aromático, placentero, físico o espiritual, a veces terrorífico, siempre sensible, al que se llama arquitectura. Lo que nos interesa es cuando el edificio no está dado previamente. La cuestión es cómo de la arquitectura deducimos el edificio. Nuestro objetivo es encontrar arquitectura (sea lo que sea) y en un proceso generativo deducir y construir el edificio, la máquina de satisfacer deseos. Así que hay que empezar por una acción indefinida, digamos un ente que vive en el pensamiento, un fantasma de la imaginación, una quimera a la que llamamos arquitectura. Esa burbuja mental es expelida por el deseo y provoca una reacción en cadena generativa, que casi siempre consiste en la manipulación de objetos materiales para terminar en el edificio: una ensambladura viscosa, impregnada y goteante de significados, permisiva, amable y acogedora como un útero.

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