Reflexiones de un sustituto-interino de la Hispalense ante la convocatoria de huelga del profesorado
Un profesor (o profesora) es un adicto a dos
placeres: el placer de enseñar (docencia) que es una manifestación del amor, y
el placer de conocer (investigación) que de necesidad natural en todos los
seres humanos se convierte en estas personas en una discutida obsesión. Es
natural que la gente confíe la educación de sus hijos a individuos que tienen
estas inclinaciones, decisión que reporta beneficios mutuos: los profesores
(pedagogos, sabios) satisfacen sus imperiosas apetencias de amor y saber, y los
padres ven a sus hijos crecer felices, realizados, satisfechos, interesados y
madurando en conocimientos e inventiva. Esta es la oferta y la demanda, este es
el mercado donde se produce la transacción: el público contrata al pedagogo (compra
su trabajo) por un salario, con unas condiciones laborales determinadas, para
la educación de sus hijos y al investigador para el progreso del conocimiento,
necesidad que nadie discute.
El salario siempre fue escaso, el pedagogo es un
esclavo, las condiciones las mínimas para la no extinción definitiva del saber,
la vigilancia máxima no se vayan a ir de la lengua, educar, saber, sí, pero a
quién, el qué, dónde y cómo. No es casualidad que sea un personaje de nuestra
tradición el maestro de escuela hambriento y miserable. Todo esto lo soporta
nuestro protagonista porque recibe un subsidio, un salario añadido en especie,
es como contratar a adictos al hachís para trabajar en las plantaciones de
marihuana. El profesor miserable se siente suficientemente pagado por las
muestras de amor de sus alumnos y porque en las duras y frías noches de
laboratorio infectado de cucarachas se estremece de placer ante el
descubrimiento. Es verdad que la gente no contrata directamente a los
profesores, lo hace mediante la delegación en unos representantes, los
administradores de los fondos públicos, si lo hiciera es seguro que el profesor
sería más feliz, nadie es tan insensato como para martirizar más de la cuenta a
quién tiene responsabilidades sobre sus hijos. La administración es el directo
contratante. Los contratantes indirectos (la gente) son nuestros amigos, los directos
(la administración) nuestros enemigos. Repito esta obviedad porque no está de
más ante una huelga preguntarse quiénes son los amigos y los enemigos del
pueblo.
Al margen de la discusión sobre la eficacia o no de
una huelga, esta rebelión de los contratados frente a los contratantes está en
la tradición codificada, es al menos una necesaria performance nemotécnica. Fue
la máquina de guerra más poderosa cuando más allá de un acto teatral efímero -sin
restar importancia a lo aparente y a lo retórico- se hizo indefinida. La huelga,
esa vieja bandera, si no hay nada mejor es lo menos que se puede hacer cuando
la situación del contratado se hace insoportable. Es una obligada defensa de
gente pacífica violentada, es una terapia de choque frente a infecciones
generalizadas, es una medida imprescindible violentamente quirúrgica, es un
tratamiento in-extremis. Pero la huelga no se realiza contra los contratantes
virtuales, el público, sino contra la Administración, contra el aparato
burocrático estratificado en capas concéntricas: rectorado, junta, gobierno
central, comunidad europea, mercados internacionales, y más allá contra esferas
de psicópatas, demonios conspirativos y espíritus malignos que habitan el
oscuro y terrorífico vacío interestelar.
¿Por qué la administración, representante del
pueblo, en contra de la natural inclinación e interés de éste, tortura a los
profesores y obstaculiza el trabajo de sus contratados? Es una pregunta
retórica, claro, todo el mundo sabe que el poder ha sido siempre enemigo de la
educación y del saber en manos del pueblo. Los ha querido para sí y los suyos,
la democratización del saber y la educación universal han sido y son para él
las más peligrosas acciones subversivas. Se evidencia cómo en este aspecto de
la enseñanza el aparato de poder, la administración, los representantes de Educación,
traicionan los intereses de sus representados. Buena es la gente para pagar la
enseñanza y la investigación, pero luego se utiliza el dinero de todos para
educar a las élites ricas, expulsar a los pobres y monopolizar las plusvalías
de la investigación para ponerlas al servicio de intereses privados, la mayor
parte de ellos venenosos si no letales para la gente. Por eso existe ese empeño
en desmantelar la educación pública pero no la burocracia recaudatoria, porque
pueden estar seguros que aunque se privatice enteramente la enseñanza no se
hará lo mismo con los impuestos y tendremos que seguir pagando entre todos una
universidad que se volverá inasequible para la mayoría.
Si sólo por rebelarse contra la paupérrima situación
crónica de la enseñanza ya sería necesario hacer huelga, no digamos en la
situación actual de necrosis de la universidad provocada por ataques
neoliberales que la están colocando al borde de la extinción. Las arbitrarias decisiones
de chulescos ministros vendidos a intereses económicos e ideológicos provocan
tal indignación que sólo el espíritu cívico contiene la explosión violenta. La
huelga se hace inevitable, pero nuestros amigos, la gente, deben saber que la
protesta no va contra ellos, al contrario, defendiendo los intereses de los
profesores defienden los suyos propios. En esto, en lo de enseñar, aprender y
conocer somos aliados.
Actos de tortura a los profesores y cómo la administración
pone toda clase de obstáculos a la labor del profesorado:
Las tareas de la universidad, aprender, enseñar,
investigar, son dinamitadas a base de planes de estudio, tasas universitarias y
complejidad en los trámites de legalización. La reducción de salarios,
detraimiento de recursos económicos para la investigación, mayor carga de
trabajo, ampliación de los horarios de clases, cada vez más responsabilidad
burocrática, son habituales máquinas de tortura para los condenados de la
colonia penitenciaria. Pero existen otras torturas más refinadas, por ejemplo:
Gustan mucho de hablar de gestión de empresa y efectivamente así conciben su
administración, la gestión de la enseñanza se realiza como si fuera una empresa,
pero ¿qué empresa, medio sensata, mantiene condiciones laborales y salariales
diferentes para trabajos iguales? No estaría buscando la mejor realización de
la producción sino la guerra civil, lo que le interesaría sería la discordia, que los productores se mataran
entre ellos, no que se produjera algo ¿Qué empresa naturalmente preocupada por
la calidad del trabajo de sus contratados les pregunta por ella a los mismos
interesados? Evidentemente no le interesa controlar la calidad de la enseñanza
sino agobiar al profesorado con trámites, para confundirlos, aturdirlos; de
nuevo a los condenados se les tortura abriendo zanjas para volver a llenarlas.
Se supone que una empresa está atenta a la forma de trabajar y a la dedicación de
sus trabajadores, dedica tiempo y personal para vigilar cómo realizan la labor
sus contratados y está dispuesta a reconocer méritos y ascender en
responsabilidades (y en salario) a quién reporta beneficios. Por el contrario la
universidad deposita la responsabilidad de hacerse reconocer en los propios contratados,
dificultando todo lo que puede los trámites de reconocimiento y estrechando las
normativas, lo que filtra no a los más aplicados sino a los más
institucionalizados, elevando a burócratas y expulsando a sabios y benefactores.
El reconocimiento del mérito no es sancionado por una praxis sino como
consecución de un trámite burocrático que simultáneamente se dificulta, se
oscurece, se oculta y se cobra injusta y desorbitadamente.
En cualquier empresa decente la gente asciende con el tiempo y la
dedicación de una forma natural, de peón a oficial y luego a maestro, sin
demasiadas exigencias de comulgamiento más que en el objetivo principal:
obtener beneficios. En la universidad no se valora especialmente la adscripción a su objetivo: educar,
investigar, sino la institucionalización. El que cumple los trámites, el que se
llega a enterar de cómo se cumplen, el que ha descendido suficientemente en el
pozo de lo mediocre es un sujeto seguro, puede ascender, el no
institucionalizado, al margen de su dedicación, sus resultados, sus méritos, es
degradado: de profesional de reconocido prestigio a sustituto-interino. Hasta
el nombre es vejatorio para la casa del saber -que por lo mismo debería tener
otros modales lingüísticos- por su redundancia. Valiente empresa es ésta que le cuesta reconocer los méritos en vez de
fomentarlos. Y quizás la tortura más cruel, la más diabólica, la más cínica, es
tratar a los profesores sólo como trabajadores de una vulgar empresa sin tener
en cuenta su carácter adictivo. El delito se agrava, el torturador se convierte
en genocida, si la vocación, el gusto por enseñar, el placer de aprender, la
pasión de saber, la dedicación al conocimiento, motor del bienestar público,
por las que el profesor ya está pagado sólo por el placer de llevarlas a cabo,
se obvian, y la relación contractual se simplifica en exigir muchas horas por
poco salario, la tortura va acompañada de la ofensa más humillante a la
dignidad y del sarcasmo más desvergonzado. Encima de cornudo apaleado.
Ahora podríamos abrir una lista para ir llenándola
de errores, ofensas, torturas e injusticias. Es evidente que el modelo de
enseñanza que mantiene el aparato es indefendible. Se hace urgente rebelarse
contra élites que quieren apropiarse de la enseñanza, robando a los legítimos dueños,
para hacer uso de ella según sus caprichos e inspirados por la peor de las
intenciones. Y si a falta de pan buenas son tortas, a falta de nada mejor, a la
huelga, cien, a la huelga, mil, a la huelga, madre, yo me voy también.
¿Cómo llevar a cabo la inevitable huelga?
La huelga se hace contra los enemigos, no contra
los amigos. Si hay una huelga de metro y se paraliza el tráfico, la performance
está asegurada no cabe duda, pero el quebranto va para la gente que usa el
metro, que no son precisamente los enemigos, gerifaltes, y patronos, sino el
pueblo llano, las familias, amigos y compadres de los trabajadores del metro.
Mala cosa. ¿No sería más interesante poner gratis el metro, a disposición de
todo el mundo, el día de la huelga? La gente alabaría la huelga, se
solidarizarían más fácilmente por pura simpatía con los trabajadores del metro,
nadie querría acabar con la huelga, el fenómeno mediático sería más potente por
la novedad. Sólo ventajas.
La descarnada forma de tratar la administración al
profesorado se manifiesta en la importancia que aquella le da a la
calificación. El aprendizaje, la docencia, lejos del amor indispensable, se
centra en el examen, la práctica de desamor pedagógicamente más nefasta, y en
su consecuencia la nota, el acta. Pagar, cursar, aprobar, impartir, examinar,
calificar, en esto se simplifica las extremadamente complejas y sensibles relaciones
entre alumno y profesor. Las calificaciones sólo importan a la administración.
En los curriculum exitosos para multitud de trabajos ni se tienen en cuenta. La
administración necesita las notas para justificarse, para controlar la calidad.
Paradójicamente, al ser de buen ver más el suspenso que el aprobado, ya que se
impone una dificultad artificial que suplanta la sencillez natural y así se da
importancia, al considerar la calidad sólo un dato aritmético de medias, suele
salirle siempre como resultado el fracaso escolar, de lo que se lamenta y se
enroca responsabilizando hipócritamente al propio profesorado. Las notas
justifican a la administración frente a los administrados y por tanto es el
único factor que considera para toda decisión. Medias calificatorias mínimas, emitidas
por la propia administración, le son exigidas a la gente para ingresos, becas,
contrataciones, etc. La gente necesita las calificaciones, sin ellas el aparato
le cierra todas las puertas, y la gente son nuestros amigos. Si desarrollamos
la huelga negándonos a calificar, los únicos damnificados serán los alumnos,
que tienen que pasar por las horcas de los exámenes para conseguir
calificaciones que le permitan solicitar becas, por ejemplo, sin las cuales
sencillamente no pueden estudiar. Y la administración, nuestros enemigos, no
sufrirá casi nada, allá ellos, si no tienen notas no hay futuro, ellos verán, y
el público, con razones sobradas y muy humanas, se pondrá en contra del
profesorado. En ese momento aflorarán las calumnias, los montajes de opinión
incitados por la administración y la gente odiará a los profesores aunque
comprenda la situación. Mala política. ¿Y si en vez de no examinar o no
rellenar las actas, damos a todos aprobado general? Todos aprobados, con nota
mínima de 6.5, como exige el ministro, curillón y elitista. Los alumnos nos
adoraran, y todos serán felices, los padres verán contentos a sus hijos y la
opinión pública sobre el profesorado ganará muchos puntos. Y como en el metro,
aunque sólo sea por la novedad, la performance huelguista tendrá una mayor
repercusión mediática, seguro. Además de camino se tambalea la seriedad de la
universidad, los sesudos y togados gaznápiros que a base de dar suspensos se
han ganado un lugar en la historia del desencanto, la presunción de objetividad
y justicia de los exámenes, la ingenua y criminal creencia de que es posible
establecer algún ranking para evaluar el conocimiento. Los ojos de la opinión
pública se volverán a los administradores a pedirles cuentas, porque estarán
informados, la simpatía hará que seamos más escuchados y el público tendrá la
información necesaria para decidirse a despedir a estos administradores
traidores y vende-casas de una vez.
¿Cómo conseguir que la huelga sea indefinida?
La historia enseña que la eficacia de una huelga
es directamente proporcional a su duración. Pero nuestra huelga no consiste en
no dar clases ni en parar las investigaciones. Sería imposible sin un previo
tratamiento de desintoxicación. Y por qué íbamos a dejar de educar, qué delito
ha cometido el público con nosotros para abandonar nuestro placentero deber
para con sus hijos y por tanto con el futuro, y qué pasaría con los
investigadores, cómo podrían parar las neuronas, contra quién sino contra sí
mismos sería tal huelga. Una huelga así sería un suicidio masoquista. Pero
debemos encontrar una forma de expresar nuestra insumisión que sea sostenible.
La huelga indefinida se debe hacer contra el modelo existente que permite la
traición y engaña a las masas. Hemos hecho tambalear los viejos ilustrísimos valores
regalando asignaturas, el ministro no va a poder encontrar escusas para
ahorrarse las becas y el alumnado y sus padres están con nosotros, ¡qué
magnífica ocasión para cambiar radicalmente el modelo! Enseñanza basada en la
acción, el intercambio y el respeto, no en el inventario de contenidos
obsoletos y el examen. Si de contenidos se va a tratar estos deben ser aquellos
que le son vitales a la gente para la realidad cotidiana. Se puede uno imaginar
en arquitectura, por ejemplo, lo que hay que hacer y decir que no se ha hecho y
que se ha asumido sobre la urbanística, que ha convertido nuestras ciudades en
mercados inhabitables, o sobre qué arquitectura se haya aprendido en los tres
millones de pisos vacios con que nos encontramos en este momento, o de por qué
alguno se ha hipotecado en una trampa de por vida para conseguir una vivienda
digna y encima vive en la calle porque el banco le ha desahuciado, y podemos
seguir en otras disciplinas como la medicina y el aparato sanitario y su
relación con el enfermo, las leyes y la economía con su entreguismo ciego a la
lógica de los mercados, o las ingenierías sin más salida que la industria
armamentística, etc. para qué seguir, ya se sabe lo mucho que hay que hacer en
la universidad en cuanto a contenidos. Debemos instaurar una enseñanza basada
en la afición y el placer, el estímulo y la práctica, no en los apuntes y el
aprobado. En cuanto a organización de la universidad ya va siendo urgente desmantelar
el sistema departamental, infectado de privilegios, endogamia y reacción, y
basar la enseñanza en dos principios operativos: la libertad de cátedra y la
libertad de elección curricular. Ofertas docentes anualmente renovadas que
integren diversas asignaturas libremente organizadas y diseñadas y libremente
elegidas por el alumnado. Dar la oportunidad verdadera a la integración de
conocimientos dejando libertad de pensamiento para que sea el alumno el que
naturalmente integre. Liberar a la universidad de las ataduras y compromisos
con las empresas privadas y ponerla de verdad al servicio de la gente. Por no
hablar de la reivindicación que debe ser continua y repetida sobre la mayor
dotación de recursos y mejores condiciones salariales y laborales.
Creo que hay muchas cosas que cambiar y muchas por
hacer para dudar que la huelga debe ser activa e indefinida.
Sevilla septiembre
2013
Otra posible solución: crear autoempleo, aunque sea precario al principio, y no tener que aguantar a esta gentuza. Un grupo cooperativo basado en la creación de hábitats saludables, de carácter autónomo, sin subvenciones, en un lugar adecuado a modo antiguo taller con aprendices. Y a tomar por culo la universidad que no es más que una mierda con perlas de vez en cuando
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