Esferas-10
La gallina
ciega
Alegoría para un teatro redondo
Volvamos a mirar el cuadro de don Francisco de
Goya y Lucientes, “la gallina ciega”
que nos señala el filósofo con ocasión de hablar de esferas, y círculos.
El Museo del Prado, con su acostumbrado laconismo
a-crítico describe así el cuadro:
Un grupo de nueve figuras, varias
vestidas con el atuendo popular de los majos y majas, así como una dama y un
caballero vestidos con elegancia, a la francesa, juegan a la “gallina
ciega”, según la denominación más moderna de este entretenimiento, que
originalmente se conocía como "juego del cucharón". En el centro del
corro, uno de los jóvenes, con los ojos vendados, intenta alcanzar a sus
compañeros con este utensilio. En el cartón, Goya decidió ocultar, cuando ya
estaba pintada, la figura de la joven que aparecía en el boceto, escondida tras
la dama del elegante sombrero, aunque aún se transparenta su rostro, del que se
aprecian bien los ojos y el cabello. El fondo de paisaje recrea las orillas del
río Manzanares a su paso por Madrid y las lejanías reconocibles de la sierra de
Guadarrama.
Como
en casi toda la pintura tradicional lo más obvio es el núcleo fundamental de
las interpretaciones. Lo evidente da la clave y a la vez oculta el entendimiento,
y lo primero que percibimos como innegable, adelantándose a cualquier otra primera-impresión,
es la redondez de la configuración: El círculo. Un conjunto de personajes que
forman un círculo. El juego de la gallina
ciega. Como el maestro nos muestra en el boceto el círculo no es
inflexible, puede aceptar exterioridades. Hay un personaje “fuera” del círculo,
sin embargo se mantiene en la órbita del sistema y también forma parte de la
forma redonda. Ese personaje que aparece fuera del círculo en el boceto y luego
desaparece en el cuadro definitivo, aunque sea sólo un frío observador, no podrá por menos que sentirse atraído por la gravedad del globo. El centro no
está vacío, lo ocupa un personaje con los ojos vendados que con un cucharón
intenta conectar (tocar) a alguno del redondel. Ese personaje central
representa una semoviente y ciega radiación centrífuga desde el centro hacia la
periferia, donde sus ocupantes responden al mensaje (tocamiento) con una
evitación, sin que eso les lleve, en ningún momento, a romper el círculo. El
juego es ambiguo, el tocador es ciego y no lo es, los del redondel evitan y
buscan el tocamiento. En algún momento, dadas las circunstancias, alguno o
alguna se dejará tocar, porque el juego incluye una radiación recíproca o de
rebote entre centro y periferia. Todos juegan a tocar y a ser o no tocados. Si el tocador, después de haber
tocado reconoce, el tocado debe abandonar
la periferia y ocupar el centro. Aquel que no se dejaba (o sí) tocar después de
ser tocado y reconocido debe ser ahora el tocador. En un juego de
correspondencias participativas el centro es renovado continuamente con nodos de
la periferia. De radiado se pasa a radiador en una continua travesura de
cambios emisor-receptor. El desarrollo del juego depende de los deseos del
centro y la periferia, la coincidencia o no de deseos entre el tocador y los
tocados produce una compleja y variada colección de situaciones posibles. Los
deseos de unos y otros pueden ser evidentes, prohibidos, supuestos, secretos,
contradictorios, peligrosos, etc.. Todas las combinaciones forman parte del
juego. El círculo y sus expectativas sociales incitan a participar en el juego.
El juego se convierte en una alegoría (optimista) del teatro: la actuación se
encarga del tocamiento y el público adopta la evitación y el reconocimiento en
la medida de su intención participativa. Poder tocar o no, acertar con el reconocimiento
o no ser capaz, o no atreverse a reconocer al público, querer ser reconocido, tener
miedo al reconocimiento, o adoptar una postura fría y distanciada por parte del
público, conseguir o no radiar reconocimientos y querer participar o no en el
juego, son las posibilidades de una clase de teatro que se representa alegóricamente
como el juego de la gallina ciega.
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