Esferas-21
Supongamos que hay una buena razón para construir un teatro
-un edificio teatral- y se le encarga al arquitecto que diseñe el proyecto –el plan-
para tal fin. El arquitecto usa dos palabras, dos conceptos: arquitectura y
edificio, de ambos desconoce de antemano el significado. El primero porque no
es el efecto sino la causa, y el segundo porque, para él, edificio es proyecto
y este es un concepto polisémico, ambiguo, tanto puede ser el plan para una
montaña como para un cráter, una metáfora o una ecuación. Aunque ignore los significados
puede ubicar las palabras relacionándolas entre sí: arquitectura es una
cualidad del edificio; arquitectura es el indicador del cómo - el plan – del edificio.
En ambas oraciones aparece arquitectura
como sujeto y edificio asume un papel
complementario. Por tanto, la primera pregunta es por la protagonista de la
acción:
¿Cuál es la arquitectura de un edificio teatral?
La arquitectura dominante es la arquitectura de los
dominantes. El dominante se individualiza, brilla corporeizándose en un ente material,
óptico, acústico, político. El que domina es él, es diferente, su arquitectura
también. El objeto icónico, el monumento, el cartel publicitario, es su
edificio. La intensidad del brillo
diferenciador es inversamente proporcional a la distancia al centro en términos
de dominancia. A menos dominio menos individualización, menos él, más borroso,
más empastado en la masa anónima, más desconocido, más enigmático. El interés placentero
y subversivo por los enigmas es reprimido con una convención: un modelo virtual
(super-estructural) de cómo-se-es o simplemente de-cómo-se-tiene-que-ser, un
programa estándar de necesidades inventariadas con la aleatoriedad que
proporciona la búsqueda de intereses particulares, histórica y políticamente
determinados.
Esa construcción fantasmal se representa con edificios de
arquitectura no diferenciada, estándar, tendente a la uniformidad, convencional.
El entrelazamiento de la esfera de dominio con la esfera de la arquitectura se
ilustra con un campo radiante de fuerzas, con un gradiente cuya intensidad
recorre la escala desde lo singular a lo convencional a la vez que desde el
dominio a los dominados. El campo semántico entre singularidad y convención es
proporcional al que existe entre invención y copia, o entre ingenio y bobería.
No obstante, el arquitecto, como el niño pobre, se
entretiene con los pocos juguetes que le van quedando
El escenario nos indicará cómo hay que proyectar un teatro
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