Esferas-22
El teatro es un
edificio público
Nos apropiamos de las cosas desnudándolas de significados.
Para mí, mis cosas no significan nada, o sus significados están suficiente y
convenientemente ensordecidos. Un edificio público –del público- es casi
siempre un objeto exclusivamente con valor de uso. Sus mensajes, nuestros
mensajes, pueden ser obviados por nosotros mismos. ¿Me interesan a mí mis
mensajes? Sólo con alguna desesperada teoría introspectiva puede uno interesarse
por ellos, si es que acaso puedan ser percibidos como tales mensajes. Son las
cosas de los otros las que pueden convertirse en vehículos de mensajería. Más
allá de la diferenciación entre valor de uso o valor de cambio está el principio
de propiedad del objeto. La íntima conciencia de la propiedad, el conocimiento verídico
de a quién pertenece puede, si es conveniente, convertirse en fundamento para
la comunicación, para que el objeto sea percibido y reconocido por mí, para
bien o para mal, o sea para su existencia como ente cultural. Mis cosas, mis
propiedades, sólo se hacen merecedoras de significación para mí cuando la
propiedad se colectiviza. Si no son mis cosas sino nuestras cosas, puede
existir alguna posibilidad de que esas cosas se conviertan en iconos con
significación interesante (o terrorífica) para uno mismo.
En una sociedad no dañada, sin necesidad de terapias
introspectivas, los edificios públicos (de propiedad pública y de uso público
efectivo) se convierten en insignificantes, como mi nevera, mi sartén o mi taza
de café. Sólo a través de experiencias de duelo y ausencia pueden llegar a
convertirse en soportes de la memoria.
Faltan por definir los conceptos de propiedad pública y sociedad
no dañada. Quizás sólo sean fantasmas de ciencia ficción.
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