Esferas-20
Pensemos el edificio teatral como una máquina cínica para
simulacros de metodología quínica (kyon:
perro). Cínica porque no podría existir si no, el edificio no sería permitido,
debe ser burgués e ilustrado, es su destino, debe aparentar inocencia, como si
fuera un juego, sólo para distraer. No se olvide que en culturas de muerte lo
que se busca es distracción. Se ha construido un edificio, dentro de las
normas, y tranquilizadoramente para la función de distraer a la gente. Así se
presenta el teatro en la ciudad, con ese camuflaje. Pero sabemos que si se
acataran todas las normas habría que cerrarlo por aburrimiento. Así que debe
estar dispuesto para lo sarcástico, lo desvergonzado, para la risa
despreciativa de los perros, aunque sea en un nivel simulado. Sólo con esa
actitud escatológica es posible, aunque sea aparentemente, iniciar la búsqueda
del Yo interior. Sin tragedias, sin melodramas, sin héroes.
Desde la seguridad de la sala apagada, desde la soledad interior de cada uno, probemos a subir la luz de sala, poco a poco, imperceptiblemente, sin sobresaltos, así cada uno irá viendo que tiene vecinos, que esperan como él, que están a su lado, en su misma actitud, con sus mismos deseos y contaminaciones. Primero estoy Yo a solas, irreconocible y a oscuras, a salvo, y acto seguido están los Otros, sorpresivamente descubro que siempre estuvieron allí. ¿Facilitaría esa clase de experimentos el proceso de autorreconocimiento? ¿Sería una máquina terapéutica eficaz? ¿Cómo debe mostrarse el interior de la esfera teatral cuando se enciende la luz? ¿Cómo hacer que surja el sarcasmo salvador? ¿Produciría una irresistible carcajada percatarse de la existencia de los otros? ¿Bastaría eso sólo como terapia quínica? En caso contrario, ¿qué nos está faltando?
Desde la seguridad de la sala apagada, desde la soledad interior de cada uno, probemos a subir la luz de sala, poco a poco, imperceptiblemente, sin sobresaltos, así cada uno irá viendo que tiene vecinos, que esperan como él, que están a su lado, en su misma actitud, con sus mismos deseos y contaminaciones. Primero estoy Yo a solas, irreconocible y a oscuras, a salvo, y acto seguido están los Otros, sorpresivamente descubro que siempre estuvieron allí. ¿Facilitaría esa clase de experimentos el proceso de autorreconocimiento? ¿Sería una máquina terapéutica eficaz? ¿Cómo debe mostrarse el interior de la esfera teatral cuando se enciende la luz? ¿Cómo hacer que surja el sarcasmo salvador? ¿Produciría una irresistible carcajada percatarse de la existencia de los otros? ¿Bastaría eso sólo como terapia quínica? En caso contrario, ¿qué nos está faltando?
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